domingo, 22 de diciembre de 2013

Show must go on

         Show must go on

         Ser corresponsal supone vincularte de tal manera a tu territorio, que en ocasiones tu vida personal pasa a un segundo plano. Conocí a cierto corresponsal que retrasó su boda dos semanas para que no se solapase con la Semana Santa de Lorca: una fiesta declarada de Interés Turístico Internacional que merecía ser cubierta por su cadena con la mayor amplitud posible; no es que aquel corresponsal se considerase el mejor periodista de su empresa, sino que era el único destacado en Lorca, y le pareció que aquella fiesta tan importante para sus vecinos podía perder repercusión si su cadena de televisión se veía obligada a desplazar un periodista a diario desde la ciudad de Murcia.
         Otro individuo fue capaz de hacer una conexión en directo, sin perder la compostura ni la sonrisa, media hora después de que le comunicasen la muerte de su abuela, a la que adoraba. Al acabar el directo informó al editor de que se iba a tomar los cuatro días de permiso que le correspondían, cogió el coche y se hizo los 1.100 kilómetros que separaban Lorca de la ciudad gallega en la que estaban velando a su abuela.
         Mientras que Óscar Peña tuvo el cuajo de venirse conmigo a grabar un encuentro político a las once de la noche, cuatro horas después de terminar su jornada laboral, mientras a su madre la estaban operando en un quirófano.
         No es que seamos más papistas que el Papa; no es que pretendamos heredar la empresa. Es que, en este oficio, hay dos maneras de hacer las cosas: de la manera correcta, o mirando el reloj. Si no lo entiendes, te pasarás la vida renegando, porque en este oficio que hemos elegido las noticias saltan cuando menos se las espera; y la mayor parte de las veces, un cuarto de hora antes de que termine tu jornada. Esto no quiere decir que haya que pasar por todos los aros que vaya poniendo el jefecillo de turno; si hoy has trabajado doce horas, mañana te pasarás la tarde tocándote las narices.
         Cuando yo estaba al frente de la Delegación de 7RM en Lorca, Óscar se quedaba en su casa la mayoría de las tardes. Yo sabía montar las noticias recurriendo a los planos de la mañana, al archivo de la televisión y a la nevera que siempre teníamos preparada; como en una corresponsalía se trabaja -o se debe trabajar- a resultados, el editor de la tarde no tenía por qué saber cuántas personas habían estado físicamente en la delegación montando las piezas; con tener lo que había pedido era suficiente. Eso me daba fuerza moral para llamar al cámara alguna tarde y decirle: Nos han pedido un concierto que empieza a las nueve de la noche, o despertarle de madrugada y decirle que nos teníamos que ir a la otra punta de la comarca porque acababa de volcar un autocar.

         Que no se entere Sabina
         A finales de 2012, unas semanas después del cierre de 7RM por orden del Gobierno de la Región de Murcia, me enteré de que Sabina Martínez, una de las operadoras de cámara, estaba esperando su primer hijo. De manera que la llamé para felicitarla, y de paso para formularle un reproche:
         - ¡Que sepas que me parece fatal que no me hayas avisado a mí antes que a tu familia!
         Sabina se echó a reír; y es que, para ser justos, yo debería haber sido el primero en saber la noticia de su embarazo, igual que ella supo antes que nadie que mi mujer estaba esperando a mi primer hijo.
         No recuerdo la fecha exacta en que mi mujer me anunció que estaba embarazada, pero sé que fue un martes de principios de 2009, porque era el día de la semana en que bajábamos a grabar los entrenamientos del Águilas CF, el veterano club de fútbol que desapareció en 2010 a los 85 años de edad. Óscar, mi cámara habitual, estaba de baja por una lesión en la muñeca, de manera que la empresa me asignó como compañera a Sabina, que también vivía en Lorca. Aquel día Sara, mi mujer, me llamó justo después de la grabación, mientras metíamos el equipo en la furgoneta de la tele.
         - Antonio, estoy un poco nerviosa... -me dijo.
         - Ya te dije que me iba contigo al médico -respondí. Aquella mañana había pedido cita porque llevaba unos días sintiéndose mal.
         - No es eso... es que creo que estoy embarazada.
         Colgué el teléfono y me senté en el asiento del pasajero. En ese momento entró Sabina y se me quedó mirando, asustada por mi expresión.
         - ¿Qué te pasa?
         - Que creo que voy a ser padre -murmuré.
         Mi compañera me dio los besos de rigor, y entonces empecé la ronda de llamadas a mi familia.
         Mi hijo Antonio nació en septiembre de aquel año; pero mi mujer se volvió a quedar embarazada muy poco tiempo después... coincidiendo con otra baja de Óscar, que siempre que se iba de fiesta acababa metiendo la pata en el sentido literal del término.
         - Antonio, otra vez estoy embarazada.
         Entré en el cuarto de baño.
         Conté las rayitas del Predictor.
         Había dos.
         Una y dos.
         Dos.
         Leí y releí el prospecto. Dos rayas: resultado positivo.
         Dos.
         Una y dos.
         Miré el reloj. Las ocho y cuarto de la mañana.
         Cogí el teléfono.
         - ¿Qué haces? -se espantó Sara.
         - ¡Llamar a mi madre, porque no quiero que Sabina sea otra vez la primera en enterarse!
         En nuestro oficio compartes muchas cosas con el compañero de trabajo; las buenas y las malas. Por eso se hace imprescindible llevarse bien. En el fondo, el cámara y tú estáis solos frente a todo: editores que no os comprenden, gente que desprecia vuestro trabajo -y luego no sabe hacer otra cosa que zapear ante la tele-, políticos que tratan de utilizarlos, la policía por supuesto... estamos solos ante el peligro; y esto no es una frase hecha.
         Tampoco quiero parecer victimista: en el fondo siempre me ha gustado esa sensación de saber que estoy al otro lado de la noticia. Me reconforta cuando sé que no estoy solo, sino con un buen compañero.
         Por cierto, y me vas a perdonar que siga contándote mi vida personal: por razones médicas, mi mujer tuvo que pasarse los últimos cinco meses de este segundo embarazo en casa de mi madre, junto a nuestro hijo mayor; de manera que durante esa época yo pasaba la semana en Lorca, trabajando, y los fines de semana me iba a Alicante a estar con los míos. Era consciente de que había cinco probabilidades contra dos de que me perdiera el nacimiento de mi hija.
         La fecha prevista para el parto era la primera semana de agosto; de manera que, a medida que avanzaba el verano, yo me iba poniendo más nervioso. Grababa a la gente en la playa, o yéndose de vacaciones, o sufriendo los 37º del mediodía lorquino, y no le quitaba el ojo de encima a los tres teléfonos móviles que siempre llevaba encendidos: el mío personal, el de la empresa y un móvil de emergencia cuyo número sólo sabe mi familia, que suelo utilizar cuando quiero desconectar del trabajo y reservarme para los míos.
         Una noche de finales de julio, poco después de la medianoche, sonó el teléfono.
         - ¡Ya está aquí la nena! -grité mientras buscaba a tientas las gafas.
         Cogí el móvil. La una menos veinte de la mañana.
         - ¡Mamá, dime!
         - ¡Antonio! -respondió una voz de hombre; la inconfundible voz de Juan Caballero, buen amigo y fotógrafo del periódico La Opinión de Murcia.
         - ¿Juan? ¿Qué ha pasado? -repliqué, echándole mano al otro móvil para ir despertando a Óscar.
         Cuando un compañero te llama a esas horas no es para darte las buenas noches.
         Aunque a veces...
         - ¿Tú no querías comprar un Renault Fuego? -añadió Juan.
         - ¿Eh?
         - ¿Eh?
         Resulta que unas semanas antes le había sacado una foto a uno de los escasos fuegos supervivientes, y mi amigo se había quedado con la copla.
         - Hay un tipo en Ciudad Real que vende uno por 450 euros, pero seguro que si le apretamos lo podemos sacar por 400...[1]
         Me volví a tumbar en la cama, llevándome las manos a la cabeza.
         - ¡Juan! ¡A estas horas, llámame de muerto p'arriba! -supliqué.


         Finalmente, a principios del mes de agosto recibí la llamada que estaba esperando. El teléfono me despertó minutos después de las 7 de la mañana, y en el visor del móvil ponía MAMÁ, y no JUAN CAB ni ALEJANDRO 7RM.
         - Oye, vente para Alicante, que Sara está de parto, pero no tengas prisa.
         Me vestí, cogí el coche... y me fui en el sentido opuesto, alejándome de la provincia de Alicante. Abrí la delegación, encendí mi ordenador y le escribí una carta al departamento de Recursos Humanos informándoles de que me iba a coger las dos semanas de baja por paternidad.
         Luego dejé encima de la mesa el móvil de la tele, el dinero para gastos ordinarios de la delegación... y me quedé esperando a que llegase Óscar, a fin de darle las llaves de la oficina.
         Esto es lo que conlleva ser un corresponsal: que la primera persona a quien le cuentas que vas a ser padre es tu cámara, y no tu propia madre; y que cuando tu mujer se pone de parto tú coges el coche y te vas en dirección contraria porque en Periodismo, igual que en el mundo del circo, la función debe continuar.

         (...mientras escribo estas líneas, un año y dos meses después del cierre de 7RM, Sabina Martínez y yo estamos tratando de sacar adelante una pequeña productora de televisión; sólo espero que en esta ocasión la cigüeña nos deje a todos en paz).




[1] A toro pasado reconozco que la oferta era muy buena.

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