sábado, 20 de febrero de 2016

Umberto Eco = 83 + 1

         Si os digo que yo descubrí a Umberto Eco a los ocho años de edad, me vais a llamar de fantasma para arriba. Pero esto no es una boutade -ahora le llamamos postureo-, sino la más pura realidad.
Corría el año 1980, la biblioteca de Sant Joan d'Alacant acababa de abrirse y mis padres me acababan de sacar el carnet. El 83; un número que formó parte de mi identidad durante mi infancia de la misma manera que mi nombre y mis apellidos, ya que a partir de aquel momento me pasé innumerables tardes entrando y saliendo de la biblioteca y llevándome uno tras otro la mayoría de los libros de las secciones de niños.
Tuvo que ser una de mis primeras tardes en la biblioteca; yo aún era un recién llegado que repasaba los estantes más bajos buscando tebeos. En un momento dado me encontré con un tebeo muy gordo, que estuve a punto de despreciar porque en su portada había dibujada una niña. Pero como el tebeo era bastante gordo, lo cogí, lo llevé con esfuerzo hasta una de las mesas y leí el título:
- ¡Mafalda! -grité.
- Silencio -me chistó el Maxi, el bibliotecario del pueblo. Un hombre bastante mayor, calvo y con gafas, que cuando le pedías un pedacito de papel para apuntar alguna cosa te daba papeletas recortadas de la Falange.
- Mafalda -susurré.
Abrí el libro por las primeras páginas. Mierda, todo eran letras y sólo había algunas viñetas. La misma niña morena de la portada, una rubita, un chaval con el pelo al cepillo y un niño de pelo escarolado, vestido de vaquero, fingiendo que disparaba con la boca. ¡PUM!, decía Miguelito.
Y justo al lado de aquel PUM, un titular: Mafalda vista por Umberto Eco.
Aquello era un gran chiste: el niño vestido de vaquero decía ¡PUM!, y al lado hablaban de un señor que se llamaba Eco, como si fuera el eco del disparo. Grandes risotadas, eco, eco, y el Maxi levantando la mirada del mostrador para reprender a aquel pequeño al que iba a ver -y reñir- tantísimas veces en la docena de años posteriores.

En las Navidades de 1988, cuando yo tenía dieciséis años, mi padre me regaló "El nombre de la rosa". Leí el libro en un par de semanas, y lo volví a leer el 1 de diciembre de 1989, el 20 de enero de 1990, el 8 de junio de 1991 -diez días después de haberme quedado huérfano-, el 29 de noviembre de 1992, el 2 de julio de 1993, el 5 de mayo de 1996... si puedo dar todas estas fechas no se debe a mi memoria -más parecida a la del pez Dori que a la de Funes el memorioso-, sino a que las fui anotando en la primera página del libro. Fechas destacadas, inicio de una aventura siempre renovada -gracias, Dori-, que ya dentro de la novela se acompasaban con una serie de comentarios personales, traducciones del latín -copiadas de las Apostillas del final del libro-, e incluso dibujos y fotografías.
La noche del domingo 5 de mayo de 1996 abrí además la versión en catalán y pasé un par de semanas cotejando la novela catalana y la castellana, anotando las discrepancias de calado. Una tarea que concluí el 17 de mayo :)



         Puede que "El péndulo de Foucault" haya sido uno de los libros que haya decepcionado más a sus lectores. No a mi padre, desde luego. Antonio Beltrán Aróstegui era químico orgánico, diplomado en informática, profesor de música, estudiante de derecho... podía seguir sin pestañear un razonamiento sobre la entropía del universo y apreciar, incluso mejorar, los chistes de Diotallevi y Casaubon sobre la dinámica parmenidea. Pero yo... como tanta otra gente, supongo, yo entré en el Péndulo esperando encontrarme otra novela policíaca refinada, posiblemente sin monjes pero con algún protagonista de la talla de Guillermo de Baskerville. Pasé las primeras páginas en el museo de París con la misma impaciencia e incomodidad que Casaubon escondido en su periscopio... empecé a perderme entre demiurgos y sefirots y abandoné el libro sintiéndome decepcionado conmigo mismo y, sobre todo, con su autor. Aquella novela no era ni el Eco de la anterior, dije, riendo con sarcasmo el viejo chiste.


Fotos, dibujos, pensamientos... mis propias apostillas a El Nombre de la Rosa

         ¡Cómo sería de enrevesado el libro, y cuánta la gente que hacía el esfuerzo de leerlo, que llegó a editarse un Diccionario del Péndulo de Foucault! Una herramienta muy interesante con la que, un par de años después, me atreví a adentrarme por segunda vez en las páginas del Péndulo, para salir cabizbajo y dolorido como si el propio péndulo me hubiera golpeado en la barbilla.


El Péndulo y su versión para infantes

         Después de aquello, comprar "La isla del día de antes" iba a ser un acto heroico pero condenado al fracaso. Aquí la tengo, al alcance de la mano, esperando una segunda relectura que me temo que no llegará.
         Pasaron los años. "El nombre de la rosa" siguió siendo una parte fundamental de mis aventuras entre las páginas de los libros. Por fin me decidí a releer el Péndulo; esta vez a pecho descubierto y sin oxígeno. El diccionario era interesante por sí mismo, pero me hacía divagar demasiado. Decidí que, al fin y al cabo, no era necesario entender todas las letras de una novela para disfrutar de ella. También lo podemos flipar con AC/DC sin saber inglés, o venirnos arriba y pensar en invadir Polonia escuchando una ópera de Wagner...
         Llegué al final. Sin diccionarios. Sin tener ni pajolera idea de lo que podía ser una sefirot. Asumidas mis limitaciones culturales y cerebrales, "El péndulo de Foucault" resultó ser un libro más que interesante con museos, templarios, revoluciones burguesas, sectas y asesinos. Desde entonces lo he leído unas cuantas veces más, aprendiendo cada vez un poquito más.

         Pasaron los años, y a finales de 2006 compré "La misteriosa llama de la reina Loana". Una novela muy entretenida cuya única pega es que no puede ser traducida. O, para decirlo con el debido respeto a la obra de la traductora, esa Helena Lozano Miralles gracias a la que muchos hemos podido leer a Eco: es una obra que no debe ser traducida. Es una novela de italianos y para italianos, con tantísimos referentes a la infancia, tantos guiños a la memoria colectiva de la sociedad a la que pertenece Umberto Eco, que un español, un francés -por no hablar de un noruego o un yanqui- se encontrará con demasiadas referencias que no le dirán nada, aunque sin duda será capaz de disfrutar de la trama. Para poner un ejemplo, pienso en Sabotaje Olímpico, la novela de Manuel Vázquez Montalbán en la que Pepe Carvalho se dedica a perseguir a Luis Roldán. A ver quién tiene huevos de traducirla al alemán.
Una vez más logré salir airoso de aquel enfrentamiento con la inmensa cultura de Eco y pude llegar hasta el final de su novela colándome como un gnomo entre sus piernas de gigante, un gigante que aquella vez, además, jugaba en casa.

Poco tiempo después de la Reina Loana llegó a mis manos Baudolino, el mentiroso. Y llegó para quedarse. "Baudolino" es una genuina novela de aventuras; el hijo de un campesino que logra hacerse un hueco en la corte del emperador Federico Barbarroja y emprende una aventura típica de Marco Polo. Llega a las tierras del Preste Juan, conoce a los esquípodos -esos seres con un solo pie, inmenso, que les sirve de parasol mientras duermen la siesta-, asiste a la fundación de una ciudad y a la destrucción de Constantinopla, halla el Santo Grial, acompaña a los Doce Reyes Magos... Una auténtica novela de aventuras, accesible a esas mentes que no tenemos una cultura descomunal pero que sabemos apreciar un cierto refinamiento y que gozamos aprendiendo.

Baudolino, pensando al menos en descubrir América

Hoy al entrar en Twitter he visto que Umberto Eco estaba en el trending topic. O le habían dado un premio, o había sacado un nuevo libro, o... Y, efectivamente; ha sido el o.
Umberto Eco, escritor y semiótico, sea lo que demonios sea eso, ha fallecido en Milán a los 84 años de edad. Una cifra que no es casual, porque, como diría Diotallevi, 83 es mi número de la biblioteca, y luego se le suma una vuelta entera de la luna. El Péndulo no se ha parado, porque siempre habrá alguno de nosotros que seguirá dándole un pequeño empujón.


Así que GRACIAS, Umberto Eco, y gracias a Ricardo Pochtar y Helena Lozano, que, ahora que me fijo, lleváis desde que yo tenía dieciséis años alimentando mi mente con vuestras traducciones-interpretaciones de la obra de Eco. Y a vosotros, fray Guillermo, amigo Adso, monsieurs Diotallevi, Belbo y Casaubon, editor Garamond, Baudolino marrullero... nosotros nos vemos cualquier día de éstos y volvemos a iniciar nuestra aventura.

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